–Ese vestido no me gusta, quiero otro. –Mire a Gabrielle por enésima vez despachar un vestido, me estaba mareando.
–El borgoña te sentaba
bien, ni muy brillante ni muy opaco, era ideal para la recepción. –Tome otra
revista de la mesilla.
Gabrielle me lanzó una
blusa– Se nota que eres hombre, solo un hombre podía dar una opinión así. Solo
para que te enteres nuestra boda será grandiosa, por todo lo alto, eso quiere
decir que mi vestido de novia, de recepción y de fiesta; todos deben ser
fabulosos, deben dejar sin aliento a todo el mundo que los vea.
¿Y yo qué? Quise decir,
pero sabía que iba a dar paso a otra rabieta de las que solo Gabrielle podía
salir airosa.
–Disculpa, sigue
buscando.
Gabrielle me dio una
última mirada y siguió en lo suyo. Mère de Dieu, no quería
pensar mucho en nada con respecto a mi futuro como hombre casado.
–Mon fils, ¿cómo
estas? Supongo que emocionado con tu boda, aunque no se suponga que tú estés
aquí viendo a la novia con sus vestidos. –Se sentó a mi lado por lo que tuve
que forzar una sonrisa a lo que ella respondió con otra que irradiaba felicidad
de verdad– Te dará mala suerte.
Si por eso fuera… me
quedaría mirando a Gabrielle con los vestidos con mucho gusto.
Le di un apretón a su
enjoyada mano y me di el tiempo para ver como iba vestida hoy. Iba como
siempre; una muestra andante de que Channel era y será una tendencia, su traje
era color café claro y armonizaba con unos zapatos bajos y con las perlas que
colgaban de su cuello como mudo testimonio de la elegancia y sofisticación. Su
cabello colgaba suelto pero a la vez en un peinado que no dejaba moverse ni un
solo cabello, pero más parecía que ningún cabello se atrevía a desafiar a
Melisse Blanch. Si lo pensaba mejor yo tampoco me atrevía a desafiarla, ni a mi
padre con el que se mantenían unidos solo por las campañas y la reputación. Y
claro, para martirizar a su único hijo que era prácticamente una decepción, y
que se estaba enmendando haciendo la única cosa buena en su vida; casarse con
una rica heredera con buen pedigrí.
Pero todo fuera por
llevar una vida en paz por una vez siquiera.
Le di un toquecito
antes de separar mi mano de la suya–No seas supersticiosa mère. –Por favor que
así fuera, me dije nuevamente.
Me levante del asiento
ya no podía estar aquí más, necesitaba desesperadamente aire fresco y un
ambiente menos tóxico de felicidad artificial. Necesitaba mi consulta con el
escritorio lleno de rayas de crayón y con huellas de manitas con tempera y mi
ventana con pegatinas de animales. Eso me ayudo a relajarme pero necesitaba
estar en el lugar para sentirme mejor.
–Con tu permiso mère
debo irme, tengo una consulta en media hora. –Enfatice lo que estaba diciendo
con un vistazo al reloj de pared en frente de nosotros.
Madre me miro con
desaprobación. A mis padres no les hacía gracia que fuera pedíatra pero a mí en
cambio me encantaba la idea de trabajar todo el tiempo con niños que alegraban
cada día mi consulta con sus sonrisas y sus frases a medio entender o con sus
diversas jugarretas para que el doctor no pudiera revisarlos.
Volví al mundo real
del que debía huir con desesperación. Le di un beso en la mejilla a mamá–
Acompaña a Gabrielle, y despídeme de ella también.
No le di tiempo a
refutar algo o a maldecirme que era lo que casi siempre hacia en estas
circunstancias. Salí sin más pero antes de lograr mi cometido escuche un retazo
de conversación.
–¿Dónde va Paul
suegra? –Hice una mueca al escucharla tan melosa y entristecida a la vez, una
mezcla que solo podía lograr ella.
La voz de mi madre se
hizo escuchar de inmediato– No te preocupes por él, no quiere traer la mala
suerte a su compromiso viendo tus vestidos así que se va, pero te prometo que
lo veremos pronto.
Si por mi fuera…
Pero había que admitir
que nunca fue todo así, hubo un tiempo en que me había planteado mi futuro con
ella, claro hasta que se había unido a mi padre en una contienda desesperada
por casarse conmigo. Algo que a la larga beneficiaría a mi padre, ya que, el
padre de Gabrielle había prometido ayudar en la campaña de él, si es que las
familias se unían un día. A lo que faltaban un par de semanas más. Respiré.
Dieciséis días con quince horas y sería un hombre ¿felizmente? Casado, o tal
vez sería mejor dicho cazado.
Conduje todo el camino
hasta el hospital donde atendía sin que nadie se diera cuenta de mi verdadera
identidad, era mi pequeño respiro de todo el veneno que las intrigas dejaban
como rastro por toda la casa, a la que debía llamar hogar. Mi departamento ya
no era una opción desde que Gabrielle tenía una llave y cambiar la cerradura no
era un opción muy buena entre las que tenía a mi mano, no a menos que quisiera
un escándalo.
Cuando llegue al
hospital entre como un relámpago hacia mi oficina.
–Doctor Francis, su
paciente le esta esperando pacientemente desde hace cinco minutos y contando.
–Le sonreí a la vieja enfermera que me ayudaba pero ella no me devolvió el
gesto, nunca lo hacía.
Tome mi bata, mi bolso
y partí rumbo a la consulta. La puerta estaba entreabierta cuando pase, una
niña rubia y de ojos verdes me esperaba con la que suponía era su madre. Les
sonreí a ambas.
–Bien ¿a quién tengo
aquí? –Me agache con la bata abierta y el bolso en el suelo para quedar de un
tamaño con la niña– ¿No me dices?
La niña me miro con
algo de temor y eso me partió el corazón. Había recibido niños así, por lo
general eran maltratados por sus padres u otras personas cercanas.
–Me llamo… –Miro a su
madre por lo que también lo hice. Tenía una magulladura en el pómulo izquierdo.
Su madre asintió– Emily.
Me tense pero aun así
le regale una sonrisa, ese nombre me traía recuerdos de un momento feliz–
Tienes un nombre muy bonito Emily, yo soy Paul y voy a revisarte, ¿te molesta?
Ella me sonrió– No…
creo.
La tome en brazos y la
coloque en la camilla que estaba pegada a la pared de la consulta– Voy a
revisarte bien y luego tengo una sorpresa para ti si te portas bien.
Apunte al cajón donde
tenía paletas de colores, un cliché pero me encantaba la idea de malcriar a los
niños, tal vez como no se me fue permitido.
Revise a la pequeña
Emily, su madre quería que constatara lesiones y así lo hice, además de
recetarle unas cuantas vitaminas y unas pomadas para las magulladuras que tenía
en las piernas, según su madre se había caído por las escaleras. Era un horror
del que me hubiera gustado evitar a cada niño pero como mi destino, no podía,
solo podía arreglar lo que esos malnacidos le hacían a los niños.
Salí a las siete de la
noche de mi consulta, mi última paciente era una señorita de nueve años que no
le gustaba comer y estaba muy resfriada. Me habían encantado sus modales a la
hora de pedirme que le recetara vitaminas con sabor a naranja, con gusto se las
había recetado y con urgencia.
En casa estaba la
recepción más que habitual de Gabrielle y su familia alistando los preparativos
de la boda. Me encamine hasta mi habitación, no tenía ganas de soportar las
indirectas del padre de Gabrielle que estaba casi seguro que una vez que me casara
con su hija me iría a trabajar a su empresa, por el amor de Dios era doctor no
empresario.
Caí en mi cama como un
costal de arena y me deje llevar por un sueño ligero pero lo suficientemente
como para descansar y llevarme al mundo de los sueños, esta noche revivía de
nuevo lo pasado en la habitación de Emily, recordaba su piel y el aroma que
tenía, y el tacto tan suave. Su cabello como seda. Los sueños con ella siempre
eran así, recuerdos de su tacto, olor. Siempre la recordaba a través de mis
sentidos pero hoy era distinto, la vi en la cama, mi cama, tendida con las
hondas de su cabello en la almohada y su cuerpo incitándome a que me uniera a
ella. Moví mis manos hasta sus pechos tan blancos como la crema, recordaba como
se sentían y como sabían. Les había dedicado mucha atención aquella vez en que
por fin habíamos estado solos, juntos en su cuarto.
La bese una y otra vez
pero algo faltaba, y cuando me di cuenta la escena cambio y ahora estábamos en
el jardín del salón donde se celebraba la fiesta de cumpleaños de Zoey. No
quería mirarla pero me obligue a hacerlo, la vi llorar, vi la tristeza en esos
ojos azules y se me partió el corazón. Cuando la imagen cambio estaba solo en
la oscuridad y eso me aterró. Desperté con la frente poblada de sudor y el corazón
agitado por el remordimiento, le debía una explicación… pero había optado por
la vía fácil y le había roto el corazón que sabía ya me tenía un espacio en él.
Me levante de un
saltó, el reloj de mi pared me indicaba las once y media. Me desperece y salí
de mi cuarto en busca de comida y cerveza que me ayudara a quitarme la imagen
de Emily. No podía vivir sabiendo lo que había echo, debía de haber una forma
de compensarla, claro cuando supiera donde estaba porque Heath no me había
dicho nada sobre ella, todo lo contrario cada vez que hablábamos él evitaba el
tema de una forma épica.
La cocina estaba
vacía, a pesar que al bajar por las escaleras había visto luz en el salón, por
lo que las visitas no se habían ido aun. Un nuevo record. Siempre se iban a las
siete de la noche en punto.
Decidí comer
calmadamente para darles tiempo para que se fueran de la casa. Mi suerte no
estaba hoy conmigo. Entre a la sala a las doce de la noche y estaban todos (mis
padres y Gabrielle con los suyos), lo que me dijo que algo andaba mal era el
hecho de que todos sonreían al verme y si no lo hubiera hecho eso, me hubiera
asustado el que Gabrielle se levantara de su asiento para abrazarme.
–¿De que me perdí? –Le
pregunte con amabilidad.
Ella me sonrió
abiertamente– Hemos tomado una decisión.
Sonreí por inercia
porque eso de la decisión no me agradaba nada– ¿Sobre qué sería?
Su padre se levanto y
se nos acercó– Hemos decidido que adelantaremos la boda, Gabrielle dijo que
todo esta listo así que… ¿para qué esperar?
Mire a todos, en
especial a mi padre que sonreía complacido por lo que estaba oyendo como si
fuera la mejor idea del mundo ver casado a su hijo de una vez por todas.
Asentí– Lo que sea.
El padre de Gabrielle
me miro seriamente– No pareces muy motivado.
Me encogí de hombros–
Ustedes ya tomaron la decisión, creo que me retiro, avísenme cuando es y allí
estaré con mi padrino.
Gabrielle me dio una
sonrisa estudiada– Sera en una semana para que podamos avisar a todos los
asistentes. Así que, avisa a Heath.
Sonreí con ironía– Descuida
no lo haré.
Me aleje de ella y
deje a todos en el salón. Estaban todos locos pero ya no podía echarme atrás
con esto, si lo hacía mis padres sufrirían la ira de un magnate y por más que
se portaran mal conmigo aun los amaba, eran mis padres.
Una vez en mi cuarto
tome el teléfono y marqué el número de Heath.
–¿Aló? –La voz de Zoey
sonaba algo adormilada.
–¿Tomando una siesta?
–Le pregunte con cariño, la pequeña me caía tan bien.
La risa de Zoey me
llegó desde el teléfono– Si, Heather hace que me de mucho sueño. ¿Pero querías
algo? No llamarías solo para decirme que estaba tomando una siesta.
Respire profundo–
¿Está Heath por ahí?
–No, tuvo que salir de
viaje.
Suspire– ¿Podrías
decirle que adelantamos la boda? –Me atragante con el “adelantamos” – Será en
una semana a partir de aquí.
La línea se quedo en
blanco, cuando pensaba que se había cortado Zoey me respondió– ¿Por qué?
–Porque ya esta todo
listo, no podemos esperar.
–Estas cometiendo un
error. –Su voz sonaba tan triste– Pero le diré sobre el cambio de planes.
–Gracias.
Colgué después de
hablar un poco sobre mi pequeña ahijada y después de enterarme como estaban mis
pequeños amigos que eran Edward y su novia Kate.
Un error. Volví a recordar,
si todo era erróneo pero ya no había marcha atrás.
No hay comentarios:
Publicar un comentario