Hoy iba a morir.
No había duda que me había
llegado la hora, era algo inevitable y lamentaba que en estas condiciones pero
mi cuerpo ya no se movía de la misma manera que lo había hecho hace un mes, el
no comer y beber agua como debía me pasaba la cuenta, además de las horas
expuesta al frío y comenzaba a sentirme cada vez más y más cansada.
Me senté en el lugar de siempre esperando que
ésta fuera la noche en que ya no despertaría más. Algunas semanas antes había
estado al borde de la muerte pero me encontré con unas almas caritativas, que
Dios las guardara en su reino porque no me hicieron ningún favor alargando mi
miserable existencia. No es que no les agradeciera su ayuda, eran voluntarios
en un centro de ayuda para mujeres y eso es lo que ellos hacen; salvar a
indigentes como yo. Pero alargar mi miseria no me hacía sentirme muy agradecida
con ellos en realidad, sino más bien molesta en que se atrevieran a robarme de los
brazos de la muerte que ya estaba bastante próxima.
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