–Me considero una
persona optimista, y tal vez deberíamos ver el lado positivo, quizás encuentre
los amigos que mando a la cárcel por sus desfalcos a la compañía que… –Sheney
me guiñó un ojo.
Asentí– La compañía
que desde hace un año no es suya. Su socio mayoritario estará encantado de
escuchar cómo se lavo las manos una y otra vez. –Aunque no debía saber que ya
habíamos mantenido una conversación de empresario a empresario antes de
visitarlo.
El color de la cara
del hombre poco a poco fue cambiando de color, primero estaba pálida y luego
muy, muy roja. La rabia obraba milagros a veces.
–No tiene pruebas…
–Catorce millones de
verdes pasaron a una cuenta con el nombre de una mujer, era un nombre algo
exótico y en una isla muy exótica. Eso fue el treinta del mes pasado. –Le dijo
Sheney mostrándole el papel que acreditaba el movimiento– Cuarenta millones
pasaron el año pasado, se culpo al contador general de la empresa, el pobre
hombre ha estado preso por ese desfalco. –Asintió comprensiva, estaba realmente
comprometida con su papel– Eso fue un Once de junio a las veintitrés horas con
cuarenta minutos y dieciocho segundos, el dinero después de pasar por diez
bancos diferentes fue a parar a su cuenta en un banco parisino con la excusa de
la venta de su casa de veraneo en Suiza, algo que ambos sabemos es una mentira
porque su casa paso a manos de su hermano, quien no le pago nada.
Mire al hombre todo el
tiempo, parecía haberse quedado plantado en el lugar sin saber que hacer, su
cara volvía a estar pálida. Era mi hora de rematar.
–Tiene una hora para
que su hija firme los papeles, en el minuto sesenta y uno, llamaré a la policía
y presentaré los cargos pertinentes. –El tipo apenas y asintió– Es un gusto
hacer negocios con usted.
–Lo mismo digo.
–Sheney no le tendió la mano sino que lo miro directo a los ojos– Cualquier
intento de hacer algo contra nosotros, no lo mandará a la cárcel. –El tipo
pareció pestañar y casi pude ver la maldad en sus ojos por un segundo– Lo
mandará a la tumba, mi familia no perdona a la gente como usted y esto no es
una amenaza, es un concejo que deberá seguir.
–Creo que no nos
conocemos, tal vez ustedes no sepan quién soy pero soy muy conocido en Francia.
Soy un personaje respetado. –Dijo con orgullo.
Sheney me sonrió como
si hubiera escuchado una buena broma– Es increíble, conocemos una celebridad.
–Miró al hombre como si fuera una basura– No me interesa quién es, me interesa
que llame a su hija o bien puedo llamar a la policía.
El tipo tragó saliva y
levantó el teléfono– ¿Aló señor? Lo necesito aquí, tengo un problema con un par
de locos.
Mire con un poco de
preocupación a Sheney pero ella se encogió de hombros.
–Le mande un mensaje a
alguien antes de venir.
Me acerqué más a ella–
Puedo saber a quién.
–Si, el jefe de
policía cuñado de uno de los perjudicados por... este señor. –Escuché caer el
teléfono desde el otro lado del escritorio– Es un día lindo para arreglar lo
que está mal.
Entre a la sala de
estar sin mirar a la sirvienta que parecía molesta con mi presencia,
probablemente porque la había obligado a dejarme pasar con un poco de ayuda de
mis amigos guardaespaldas.
–Gracias Josh, ahora
puedes vigilar desde donde gustes. –Dije con un poco de humor que de seguro
ponía aun más molesta a la sirvienta.
–Con su permiso señor,
estaré al alcance de un grito. –Era un hombre alto con el cabello cano y la
barba blanca por los años. Puede que no lo pareciera pero Josh era tan fuerte
como cualquier muchacho, me había acompañado desde hacía años cuidando no solo
de mí sino de mis hijos también, más de una vez había salvado a Edward de
alguna estupidez, a Zackary de alguna travesura desmedida o a Ana… solo que no
estuvo cuando debía, con ella no.
Asentí tratando de
despejar mi mente de ese recuerdo además de aceptar su retirada, necesitaba
estar a solas para poder hacer mi trabajo bien. Josh al ver mi acuerdo se alejo
por la puerta.
Tome asiento cerca de
mi objetivo, hacían años desde que no lo veía aunque probablemente debería
estar midiendo en décadas la última vez que lo había visto.
–Buen día. –Dije en
cuanto me senté a su lado– ¿Cómo estás hoy viejo amigo?
Apenas y me dirigió
mirada alguna cuando hable, parecía distraído.
–¿Qué haces aquí? No
te veía desde que compraste aquellos hoteles miserables, ¿ya te hundiste por
esa compra? –Dijo en un tono bastante apagado– Te dije que era una mala
inversión.
Sonreí ligeramente– No
y no tengo pronosticado irme a banca rota muy pronto y me tomo la libertad de
decirte que no tienes ni un maldito ojo para los negocios. –Eso era verdad–
Estaba acompañando a mi hijo en un negocio y pensé en venir a verte a tu lugar
de retiro.
El suspiro que soltó
era tan cansado como su apariencia– Gracias, ni mi familia viene a verme.
Tosí un poco– Por lo
que sé, tu nieto Paul no tiene idea de ti desde la muerte de tu esposa, no sabe
ni siquiera donde vives.
No sé cual fue la
palabra clave pero una de las palabras que dije hizo que por fin hubiera
emoción en su rostro cuando miro al suelo con una pena tan grande que si
hubiera sido un poco más emocional estaría compartiendo su dolor, en parte
sabía como dolía perder a alguien que amabas tanto. Solo Dios sabía que aun
seguía buscando a Anabella y aun no daban con ella los investigadores que
llevaban años buscándola por todas partes.
–No tenía ganas de
vivir sin mi esposa, ella me acompañó desde que éramos pequeños y cuando murió
de cáncer fue demasiado para mi. Tal vez debería lamentar haberme alejado de
mis nietos porque no sé nada de ellos, creo que si los viera frente a frente no
podría reconocerlos.
Me levante de golpe
del asiento– ¡Ha llegado el momento de despertar! Estás aquí sentado mirando la
nada, solo existiendo, ¿no te da vergüenza? Tus hijos perdieron el sentido de
lo decente hace mucho, solo tienes dos nietos y una esta encerrada en un
convento porque le molestaba a tu hija y el otro… esta casado con alguien que
no quiere porque tu hijo necesitaba dinero para su campaña política. –Observe
cada sentimiento que afloro en su cara antes de formular la pregunta que sentía
lo iba a cambiar– ¿Qué vas a hacer ahora?
–Bien, ¿qué va a hacer
ahora señor… Montagne? –Le pregunto Sheney con toda calma.
–Ustedes ganan, voy a
llamar a Gabrielle. –Dijo enojado– Sepan que me las pagaran.
Me reí un poco,
escuchaba la misma amenaza de gente que veía en la corte. Siempre amenazaban
con…
–Voy a hundirlos…
Y…
–Sus hijos van a ser
miserables cuando los encuentre…
¡Ah! Y también…
–Van a arrepentirse…
–…De lo que me han hecho por el resto de sus
vidas. –Me encogí de hombros– No es nada que no haya escuchado antes en la
corte. Ahora levante el teléfono y llame.
La llamada no demoró,
quizás por los gritos que se escuchaban desde ambos lados o quizás porque
Sheney estaba haciendo sonar sus tacones con impaciencia a mi lado por lo que
la lleve hasta un sofá y ahí nos sentamos a esperar.
Media hora después la
puerta se abrió para dar paso a un mujer que nos hizo a Sheney y a mí mirarnos
entre sí, era tan alta como Emily además de ser rubia y de ojos de la misma
tonalidad pero había algo que no calzaba además e su ropa de diseño, faltaba
algo en su imagen y cuando habló me di cuenta que era lo que faltaba.
–¡Te dije que no me
molestaras hoy! es mi día para salir de compras.
Faltaba corazón.
–Cielo, ¿puedes firmar
estos papeles? Necesito hacer unos trámites y necesito que firmes estos
papeles. –La joven ni siquiera miro los papeles antes de firmarlos y si a eso
íbamos, tampoco nos estaba mirando a nosotros.
–Espero que sea una
nueva tarjeta de crédito. –De pronto nos vio a nosotros, y supe que la manzana
no caía lejos del árbol– ¿Quiénes son… estos?
El hombre solo nos
miro– Nadie que te interese.
Camine hasta él y
revise los papeles, cuando vi que estaban todas las firmas los guarde en mi
maletín– Sheney nos vamos, nos queda otra visita por hacer.
Sheney me miro dudando
si debía o no debía salir de inmediato pero al final me siguió aunque antes de
salir hizo algo que no me esperaba.
–No me gustan las
mentiras, así que quiero que sepas que acabas de firmar los papeles de tu divorcio.
–Dijo con un poco de lástima.
La tome de la mano y
la aleje de los gritos que comenzaron a resonar en la oficina y por el pasillo.
–No debiste hacer eso.
–Le dije algo desconcertado– Es su problema si le gusta mentirle a su hija tan
descaradamente.
–No lo sé, es que se
parecía tanto a Emily pero era tan fría. –La abrace al ver como se removía con
desconcierto.
Era una lástima que la
hubieran malcriado tanto o ella hubiera sido una persona mejor pero todo
dependía del padre que tenía y eso no se podía cambiar.
Me separé un poco de
ella– Vamos a hacer esa otra visita, ¿no?
–Si, me gustaría
conocer a mis consuegros y tal vez amenazarlos un poquito. –Sonreí complacido
al subir al ascensor.
–Déjame aquí por
favor. –Mire el lugar donde estábamos, se veía bastante ostentoso y bastante…
–¿Hace cuanto no
venías aquí? –Le pregunte interesado.
–Muchos años, pero
creí que alguno de mis hijos se quedaría con la casa y la cuidaría. –Suspiró–
Creo que no fue así.
La casa de aspecto
colonial de color blanco y de tres pisos delante de nosotros parecía bastante
descuidada; el jardín, que hace tiempo debía haber sido hermoso tenía malas
hierbas por todos lados, las paredes de la casa estaban cubiertas con
enredaderas y la pintura se estaba descascarando en las paredes del frente,
obra de la lluvia y el descuido.
Me baje del auto y
comencé a mirar los caminos empedrados y las farolas que se veía ya no
encenderían más.
–¿Vas a remodelar?
–Lo haré, solo quería
ver como estaba mi… casa. –Tosió un poco y casi podía ver la tristeza en sus
ojos– Ahora vamos a ver a mi hijo, tengo unas palabras para él y otras para mi
hija en cuanto la vea. –De pronto me miro con interés– ¿Supongo que vas a
llevarme?
Mire a Josh quien ya
estaba detrás del volante– Por supuesto.
–¿Y vas a decirme
porqué te interesa mi familia? –La suspicacia estaba a flor de piel esta vez.
Lo deje subirse al
auto antes que yo y cuando me subí fingí pensar en algo– Tal vez porque tu
nieto esta actualmente en mi casa. –Aunque no era exactamente así, pero sabía
que Jason no iba a saber nunca que estaba llevándome el crédito.
–¿Qué? ¿Cómo? –Me
sujeto de golpe– ¿Por qué Paul está en tu casa? ¿Tú casa en Rumania?
Asentí– Si, en
Rumania. –Como seguía mirándome fijamente continué hablando– Te lo explicare
así; digamos que tu nieto más mi nieta es igual a un bisnieto que esta en
camino. Fin.
Cabe decir que el
agarre continuo en mi brazo con más fuerza– No puedes decirme que voy a tener
un bisnieto de esa forma, ya no soy joven para que me des esta clase de
noticias tan crudas.
Le fruncí el ceño– Yo
tampoco lo soy y me ves tranquilo y eso que me entere de una forma peor. Yo vi
a mi nieta en el hospital después de haberse desmayado en el baño de su
departamento. –Dije bastante enojado por aquel recuerdo– Además mi bisnieto
crecerá en casa.
–Sobre mi cadáver. –Soltándome
de inmediato se dirigió a Josh– Conduce rápido a la siguiente dirección que te
di y procura que nada te retrase.
Josh me dirigió antes
una mirada que respondí con un sutil movimiento de cabeza, de inmediato Josh
siguió camino.
–Como guste señor.
–No permití que mi
partido ni mis contrarios me echaran abajo durante mi primera campaña, decían
que tenía ideales muy altos pero ¿sabes qué? Yo gané y demostré que mis ideales
eran los correctos. –Volvió a mirarme– No voy a dejar que mis nietos sigan
viviendo de esta forma, voy a darles una lección a esos hijos míos.
Asentí de acuerdo con
él, ningún mocoso debía desafiar a su padre.
– Si, pero primero
vamos a ver a tu hijo.
–Primero vamos a
salvar a mi nietecita. –No podía resistirme al escuchar su cariño– Recuerdo que
tenía problemas para estar quieta todo el tiempo, era de esos niños extraños
esos... hiper- hiperactivos.
Oh demonios.
Necesitaba terminar
todo este drama antes de que me saliera una ulcera y muriera antes de ver la
casa llena de niños de nuevo y éste tipo no me lo estaba haciendo fácil.
–Paul no me hagas
esto, necesito un poco de paz en mi vida y quiero que mi bisnieto me vea
mimarlo día a día. –Pase mi mano por mi frente para borrar algo del cansancio
que comenzaba a sentir.
Me sonrió– Ya Alfred,
ya vi la urgencia, supongo que mi nietecita estará bien un día más en ese
infierno.
–Dirás en el cielo,
recuerda que está en un convento. –Comenté con algo de alegría.
Negó con las manos– No,
lo dije bien, ¿te imaginas el infierno que está pasando esa niña? Pero vamos a
ver a mi hijo, ahora va a saber porque nadie debe hacerme enojar.
–Bien, bien.